El respeto de las diferencias y la visión que tienen de los asturianos las personas llegadas de otros países.
JULIO ARBESÚ. ESCRITOR
Ocurrió hace unos meses en un lugar de las cuencas mineras. Jugaban a la peonza en una plaza unos niños de tez morena hijos de familias marroquíes. Se dejó oír un retazo curioso de su diálogo: «Mírala en el suelu». No hablaban en árabe ni propiamente en castellano, sino en nuestro «amestado» asturiano.
No era nada extraño. Hablaban como en el patio de su escuela. Tampoco es extraño que nosotros usemos las palabras almohada, alcalde o zafiro, de origen árabe. La mezcla es el rasgo más auténtico de nuestra sangre hispánica. La modernidad consiste sobre todo en mezclar y revolver en un mismo potaje a toda la humanidad. Colón navegó en sus carabelas con afán de lucro y sin saber que ante todo iba a mezclar. Los ingleses entraron imperialmente en la India para tomar el té a las orillas del Ganges y, como consecuencia, rostros hindúes surgen hoy día a cada paso en las calles de Londres.
Poca gente sabe que durante la primera parte del siglo XX cientos de miles de españoles emigraron a Argelia, aunque sí es bien conocida la numerosísima emigración a Alemania, Francia, Bélgica y diversos países hispanoamericanos. Otro dato sorprendente es que en el año 2000 todavía eran más los españoles residentes fuera de España que los extranjeros residentes aquí.
La gente dada a la xenofobia suele ser muy desmemoriada y paranoica. Hay quien teme, por ejemplo, que los valores islámicos perturben nuestras costumbres. Pocas veces se reflexiona sobre los verdaderos motores del cambio en nuestra sociedad. Es común la persona de edad, apegada a lo autóctono, que mira con desconfianza a un ecuatoriano de raza india que vive en su portal o a una mujer marroquí con pañuelo en la cabeza que pasa por la calle. A la vez, esa persona mayor reflexiona, a menudo escandalizada o, cuando menos, contrariada, sobre el abismo que separa sus costumbres de las de sus propios nietos. Pues bien, esos chicos con esas ropas, esas melenas, esas músicas estruendosas, esos aparatos extraños en las manos, esos juegos de ordenador y esas costumbres sexuales tan distintas a las de antes, reciben ante todo la influencia del imperio económico de la actualidad, cuyo epicentro está en Estados Unidos. La vida de ese abuelo tal vez se diferencie menos de la de los emigrantes de América, África o Asia que de la de sus propios descendientes.
En cualquier caso, queramos o no, el potaje de la modernidad está servido en su mezcolanza y no hay quien lo pare. Quien disfrute de su sabor vivirá mejor en este mundo actual. Convendría que ese potaje en el que todos hemos de convivir no sea pasado por la batidora, sino que se parezca más a un pote asturiano, que es un conjunto armónico con componentes bien diferenciados. El respeto a las diferencias es clave.
Posiblemente, tantas ideas demasiado revueltas en este artículo precisan de un cierto desarrollo para llegar a ofrecer una visión sensata del fenómeno de la emigración. Con el propósito de profundizar en este tema tan crucial, las asociaciones Cauce del Nalón e Intervalo colaboran este viernes para sentar ante una mesa a varias mujeres marroquíes que nos hablarán de lo que ellas piensan de nosotros, de su vida aquí, de sus países de origen y de cuanto surja con las aportaciones del público. Será en la Casa de la Buelga, Ciaño, a partir de las ocho de la tarde.
[Copyright diario La Nueva España, 25-11-11.]