Por Francisco J. Lauriño
No
tiene mucho sentido presentarles a los lectores de La
Nueva España a Javier García Cellino, puesto que es
colaborador de este diario desde hace años; ni tampoco lo tiene presentárselo a
los ciudadanos de La Felguera
(y de toda la cuenca del Nalón, por extensión), donde se le conoce de sobra, no
solamente como el estupendo escritor que es, sino también como personalidad del
ámbito público, político, asociativo, cultural, deportivo…, y a qué seguir.
Julio
Colinas es nombre, sin embargo, que les sonará menos a los lectores de este
periódico. Algunos de ellos sí que le recordarán porque, en tiempos no muy
lejanos, ofició como comisario de policía en Nalón, una ciudad que nos recuerda
mucho a La Felguera ,
y que protagoniza, junto con él mismo, la novela titulada Círculos de tiza, firmada por Cellino y dada a la imprenta hace
cinco años. Es el tal Julio un hombre taciturno, lánguido, y que manifiesta
unos rasgos literarios poco usuales, aunque conecte enseguida con el lector,
tal vez por la carga de franqueza con que su autor nos lo presenta.
Pues es el
caso que, desentrañados que fueron los misterios sucedidos en Nalón, Julio
Colinas reaparece ahora, año 2013, en Los
señores de Wall Street no comen pescado crudo, que tal es el inextricable
título de la última novela de Cellino. Y lo hace desposeído de su condición de
funcionario, aunque no sin dejar de inmiscuirse en las labores de los así
llamados “sabuesos” por el cine negro norteamericano. Ya no vive en Nalón, sino
en Madrid, profesa de detective privado, y, por motivos que no vamos a contar
aquí (el ávido lector habrá de hacerse con la novela si quiere conocerlos),
Colinas se verá envuelto en la investigación de un asesinato social y
políticamente relevante, el del presidente de la patronal madrileña, ocurrido
en un acto público ante cientos de espectadores entre los que él mismo se
encuentra.
Esta
situación argumental, empero, no es más que una mera disculpa. Atrapa al
lector, sí, pero para llevárselo por derroteros que, al igual que en Círculos de tiza, tienen mucho que ver
con la crítica social, con la narración del presente, con la manifestación de hechos
que se extienden mucho más allá de lo meramente literario, puesto que exhibe un
discurso realista sobre los señores del dinero y sobre sus secuaces, y nos
ofrece, a la par, una visión tierna y paródica de ciertos líderes obreros, u
otra angustiosa y casi desesperada de personajes desfavorecidos por la vida,
atrapados entre la injusticia y la desidia personal, que reptan por la realidad
como fantasmas, produciendo angustia y exudando dolor.
Desde el punto
de vista estilístico, y en líneas generales, la dosificación argumental, las descripciones
y los personajes están delineados con toques de pincel impresionista; es decir,
suman colores, luces y trazos que, observados con perspectiva, ofrecen univocidad
literaria. Se trata de una novela corta, de 81 páginas, pero, de igual modo,
podría haberse convertido en un novelón de mil (el argumento podría haber dado
suficientemente para eso), lo que, sin ser en sí mismo algo negativo, seguramente
la hubiera hecho más pesada de leer y, tal vez, con una mayor demora en los
detalles, también hubiera acabado por hacerla aburrida. Es el caso, no
obstante, que la sabia cualidad de la contención que aplica Cellino la dota de
una escueta y ágil naturaleza que se traduce en el número de páginas mínimo que
dije antes, mas totalmente adecuado, sobre todo porque entrega un argumento milimétrico
al que no le falta ni sobra prácticamente nada, y al que la soltura de la prosa
convierte en especialmente agradable de leer. Por añadidura, el personaje de
Colinas no es un policía de novelilla de grandes almacenes, sino el actante de
una novela seria (el hecho de que tienda, a veces, a la parodia, no le quita ni
un ápice de seriedad), cuya etopeya denota, una vez más, el trabajo de orfebre
que, aun siendo más típico de la poesía, se convierte en una de las cualidades
destacables de esta novela. Lo que es lógico, si tenemos en cuenta que Cellino
es un poeta más que notable, que tiene en su haber importantes premios.
Los señores de Wall Street no comen pescado
crudo (Septem Ediciones, 2013) es, en fin, el retrato de una sociedad
soberbia y mezquina, a medias podrida y a medias (no se sabe muy bien hasta qué
punto) campo de cultivo de la esperanza. Se presentará al público de Langreo el
viernes, a las ocho de la tarde, bajo los auspicios de la asociación Cauce del
Nalón y del club Prensa Asturiana de este periódico, en la casa de la cultura
“Alberto Vega” de La
Felguera.