La noche langreana era cobijo de inquietudes y desvelos, de sueños y de iluminaciones.

RICARDO LABRA
Continuamente se buscan relaciones entre las distintas artes, sus lindes y deslindes, los territorios fronterizos desde donde parten o donde sus caminos se confunden; así sucede con la literatura y el cine, la arquitectura y la música o la poesía y la pintura. Estos ejemplos podrían ampliarse e incluso combinarse de distinta manera. Tal vez en esas implicaciones se encuentre el origen o la consecuencia de la afinidad que a veces se producen entre artistas de diferente cuerda. Algo así sucedió con Lorca, Dalí y Buñuel, amistad que ha trascendido los propios intereses de la crítica especializada -hasta convertirse en un tópico nacional- y que explica mejor que cualquier estudio la magia y el misterio que suscita la vivencia del arte.
Pues bien, salvando las distancias, todas las que ustedes quieran, una de esas amistades artísticas se produjo en Langreo a finales de los años setenta entre Alberto y Helios, entre Pandiella y Vega, o si lo prefieren, entre un pintor y un poeta. Eran años de claroscuros, de esperanzas para todos y de descubrimientos tardíos, también de incertidumbres laborales. Langreo se despedía de su largo siglo XIX con convulsiones agónicas, todo parecía venirse abajo; de hecho todavía no nos hemos recuperado de aquel derrumbe con sordina. Pero en ese período la actividad social y ciudadana era febril, más que fabril, todo un despertar político y cultural. La noche langreana era cobijo de inquietudes y desvelos, de sueños y de iluminaciones, también de viejos fantasmas y de nuevos fantasmones. Helios y Alberto no fueron ajenos a esa noche interminable que entonces desvelaba su juventud; de hecho, en ella fraguaron su amistad, tal vez porque entre cerveza y Trotsky, Vega evocase a Baudelaire o porque, al disipar el humo de un cigarrillo, Helios evocase a Magritte.
Y es que hay amistades que son transformadoras. Pronto el pincel de Pandiella empezó a llenarse de las palabras de Vega, y los versos de Alberto de las pinceladas de Helios. Pronto emprendieron juntos un camino que les hizo inseparables y que contribuyó a poner a Langreo en el minuto exacto del tiempo artístico del momento. Todo lo que hacían, en el plano creativo, tenía una frescura evidente y un aire de modernidad inconfundible. Suyos fueron los proyectos de Arlequín, Plenilunio y Luna de Abajo, así como decisiva su actividad y presencia en la revista «Cauce», una de las postreras rarezas de la transición. Suyas son algunas de las obras más perdurables de aquel momento, basta leer un libro de Alberto o contemplar un cuadro de Helios para comprobarlo, para percibir la esencia de un Langreo transcendido que aún nos espera al final del recodo del camino.
Hoy, miércoles, a las ocho de la tarde, en la Casa de Cultura Alberto Vega de La Felguera, se darán a conocer los ganadores del premio de poesía infantil y juvenil «Alberto Vega». Un espacio y un premio que llevan su nombre y que forman parte de su geografía sentimental. Un espacio y un premio al que llegará a bordo del «tren de los días» un conferenciante de excepción, Helios Pandiella, para hablarnos de aquellos días y de aquellas noches y del que fuera su mejor amigo: Alberto Vega. La magia del arte de nuevo se desplegará ante nosotros.
[Diario La Nueva España, 10-6-2009.]