Un buen cóctel de sentimientos y actitudes compone el armazón de este libro.
CASIMIRO PALACIOS
Acercarme a la lectura de «Muñecos de sombras» no me resultó fácil físicamente y se lo intentaré explicar ya que pretendo azuzar su curiosidad e interés hacia esta novela escrita por Francisco J. Lauriño, que se presentó, en la Casa de la Cultura Alberto Vega de La Felguera, dentro del programa de actividades de la Asociación Cauce del Nalón y del Club LA NUEVA ESPAÑA. No me resultó fácil a pesar de contar con la amistad del autor que en un acceso de pudor se negaba a rematarla y por tanto a ofrecerla para leer. Este pequeño incidente sirvió de acicate y espuela en mis intenciones lectoras, lo reconozco, y así, una vez publicada, me apresuré a encargarla y al poco tiempo recibí el aviso de una empresa de mensajería para su entrega, momento que celebré corriendo raudo hacia casa para darme un homenaje.
Tienen que perdonarme si soy odioso, pero una vez leída y degustada me siento incapaz de resistirme a establecer comparaciones entre «Muñecos de sombras» y «El corazón de las tinieblas», entre Lauro y Conrad, aunque muchos de ustedes a buen seguro consideraran que no son comparables o que estoy equivocado. Y aún cuando puedan estar en lo cierto en uno o ambos casos, permítanme que se lo explique: la peripecia argumental de ambas obras nos lleva de viaje al corazón del caos por un río que penetra en la montaraz selva. Donde Lauriño nos muestra una fotografía en blanco y negro de las riberas del Nalón, Conrad nos presenta un fresco también en blanco y negro del Congo. La estirpe de la que nos habla Francisco se desenvuelve como aquellos pobres hombres reducidos a su condición de meros esclavos, al servicio exclusivo de la Sociedad Anónima para el Comercio del Alto Congo, que Kurtz se fue encontrando en su viaje desde Kinshasa hasta Stanley Falls. El corazón inextricable de nuestras tinieblas se localiza entre Langreo y San Martín y nuestros esclavos fueron nuestros abuelos y padres que a la búsqueda de mejores condiciones de vida arribaron a la comarca en sucesivas oleadas, para trabajar en múltiples sociedades anónimas para la explotación del carbón. Los Chatos Palma son unos más de esa riada humana que huía despavorida de la miseria y se hacinaba en las laderas del valle, en chabolas o baldíos, mientras intentaban asegurar su presente y preparar un futuro para sus familias.
Las diferencias entre una y otra obra son evidentes y ustedes mismos las descubrirán si bien la más importante, en mi opinión, reside en que Lauriño nos presenta a sus protagonistas en la cuenca minera, pero también nos los muestra, en un momento previo a su hégira hacia el futuro industrial, en otras tierras sometidos a la feroz tiranía de los caciques rurales.
Un buen cóctel de sentimientos y actitudes compone el armazón de estos «Muñecos de sombras» que pone definitivamente negro sobre blanco una época y un espacio poco explorado por la narrativa contemporánea asturiana. Es una suerte que Lauriño además de escritor sea un formidable fotógrafo, condiciones que se contaminan entre sí dando paso a poemas, relatos y novelas con una alta plasticidad y fotografías con un profundo acento literario, que invitan a nuestra imaginación al vuelo libre.
No son los mejores momentos para la creación en general y menos para aquellas obras que exigen un esfuerzo por parte del público, pero estas condiciones son habituales y conocidas por la mayoría de los creadores, que a pesar de los pesares y contra viento y marea insisten en su producción para nuestro deleite.
Tengo que avisarles de que Francisco J. Lauriño trabaja duro cada una de sus obras, como un orfebre contemporáneo, rematando con primor lo mismo un paisaje que un poema o esta novela, hecho que deberíamos agradecer tanto amigos como lectores. Esta actitud suya frente a la literatura con mayúsculas puede representar cierta dificultad cuando se aborda su trabajo literario, pero a la larga resulta reconfortante sumergirse en el universo personal que nos ofrece. Así que prepárense para asistir a una representación nueva de estos «Muñecos de sombras» y buen viaje.
[De La Nueva España, 17-3-10.]